|


He nacido hace veinte años, ocho meses, trece días y diecisiete horas y puedo decir que han sido
mis mejores veinte años, ocho meses, trece días y diecisiete horas de mi vida. Estoy contenta con toda mi vida y sigo estándolo. Quizá por eso mismo es por lo que cada día me despierto con una gran sonrisa esperando de nuevo el día que llega.


Presumo de buena memoria y puedo decir que mi primer recuerdo es de hace dieciocho años:

vivía en una casa “enorme” en una ciudad muy ruidosa (que hace unos quince años me enteré que se llamaba Pamplona).

Hace quince años me acuerdo de estar en mi colegio con todos mis amigos haciendo las palomas de la paz cuando llegó la primera desilusión de mi vida: dijo la profesora que ya éramos demasiado mayores para saltarnos clase de la tarde e ir con los más pequeños a cantar al patio (o “recreo” como le llamábamos). De repente me había hecho mayor.
El año siguiente me acuerdo de una tarde con muchísimo sol. No me acuerdo que tenía que hacer esa tarde, solo que estaba impaciente por acabar la clase y que sentía una gran felicidad en mi cuerpito delgaducho y bajito.

Tengo una pequeña laguna desde hace trece años hasta hace doce. Solo me acuerdo de mi pasión repentina por los minerales y la llegada de pequeñas travesuras como llamar al 902 20 21 22(o al 903 30 31 32 como marqué al principio) alentada por mis dos hermanos para preguntar por cursillos de Home English. Travesura que quedó reflejada en un papelito que nos enseñó mi madre pasadas unas semanas.
Me acuerdo de 4º de Educación Primaria, hará eso de unos once años. Llegó la época de todas las tardes del flúor (que todos odiábamos) que quería saber a fresa. Las horas con el logopeda para quitarme mi vicio de la “z”. No sé qué interés tenían en que dijera la “s” si ya sabía cuándo se utilizaba, solo que era más fácil cecear. Ahora me río de la lógica de ese pensamiento al igual que me reía entonces de cuando pensé que era mayor con cinco años por simplemente haberlo dicho una profesora si en ese momento “era una cría”.

De hace ocho años me acuerdo de empezar a escribir a “mi querido diario” y todas las nuevas experiencias con mi grupo de amigos en el que explicaba detalladamente lo guay que era alguno y lo majo o tonta que eran otros.

Me acuerdo perfectamente mi primer enfado serio. De eso han pasado siete años y fue porque me cambiaron de colegio. Estuve enfadada unos meses: la nueva gente era tonta y más aún mi clase.


Me río mientras escribo porque me acuerdo de cómo creía ser madura y no tener nada más que aprender, que los mayores eran unos aburridos y no sabían divertirse.

Pasó toda la E.S.O y me fui convirtiendo en una de esas pavas idiotas a las que tanto criticábamos mis amigos y yo. Menos mal que solo fueron unos añitos de mi vida. Hace ya unos cuatro años.

Hace solo tres años hasta hace dos, acabé el Bachiller con unos resultados excepcionales. Lejos quedaba ya el enfado con el mundo por el cambio de colegio para convertirse en agradecimiento.

Hace dos años empecé la universidad y conocí a nuevos amigos (mientras nos distanciábamos los amigos de siempre) con los que comentaba que qué de guays iban los de segundo o tercero mirándonos como si fuéramos unos criajos que íbamos de mayores universitarios.

Desde hace un año disfruto la vida universitaria: estudio, salidas con los amigos los fines de semana… todo compaginado y con resultados satisfactorios.

Hace doce días me sorprendí mirando a los de primeros y pensando para mis adentros: “mira a esos criajos que van de mayores y están más perdidos que nada…”

Han pasado solo veinte años, ocho meses, trece días y dieciocho horas desde que he nacido y puedo decir que han sido mis mejores veinte años, ocho meses, trece días y dieciocho horas de mi vida. He aprovechado toda mi vida y sigo haciéndolo.

0 comentarios:

Publicar un comentario